Leyenda de la hoya de Pepe Hernando

Una triste leyenda de uno de los lugares privilegiados de Peñalara. Del libro de José Fernández Zabala, De la Sierra Brava. Cuartillas de un montaraz. Ensayos de Paisaje. Imprenta Valverde. Madrid, 1913. pp. 67-72.

Vieja historia escuchada por José Fernández de Zabala a un pastor de Rascafría 

 

«Pepe Hernando era un zagalillo que estaba al cuidado de un hato de cabras y que tenía su majada en la linde del pinar de Rascafría a tres tiros de honda de Majada Hambrienta, por bajo de las encharcadas praderas cumbreñas de Peñalara.

Sesteaban las cabras y el zagal en el herbazal de un calvero que mira a la solana, al caer de los canchos fragosos entre los que espejea sus aguas dormidas la laguna. En la tarde serena el pastor columbró con su mirada de águila el humear de una hoguera a través de los pinos que aprisionan la Sillada de Garcisancho. Al morir de aquel día, Pepe Hernando, agazapado entre unos piornos de ramas calcinadas y tenaces, conoció a los nuevos huéspedes de la serranía: una cuadrilla de gabarreros, hombres de aspecto patibula­rio, membrudos y corpulentos. En adelante el silencio del pinar sería profanado por el hachear de aquellos jayanes, y los pinos, tronzados, sacudirían un instante la verde cabellera frondosa y humillarían su corpulencia ante los verdugos que llegaron a la sierra en un atardecer abrileño (...)

Una mañana hubo de caer Pepe Hernando en el chozo de los gaba­rreros; se le había perdido el macho cabrío, adalid del rebaño, y en su demanda fueron el zagalillo y su mastín 'el Lobato', mas de allí no sacó noticia favorable para su indagar. Y el zagal volvió al chozo de los leñadores un día y otro día... Se había encendido de pasión por una garrida hembra encargada del cuido de aquellos hombres; era la barragana del mayoral, un fornido serrano de tierras de Pedra­za. Se tornó pálida la cetrina color del galán tempranero; los colo­quios con la montaraza, digna hija de la Chata Recia, agostaron su hombría, sus arrestos y su reciedumbre (...)

Se apagaba una tarde agosteña, cuando el mastín latió furioso en la majada de Pepe Hernando. Detuvo éste con un silbo la brava aco­metida del perrazo, aprestó su navaja cabritera y salió del chozo. Era Juan Andrés, el mayoral de los hacheros. Un fatal presentimiento arrugó la frente del zagal... Aquella fiera venía a pedirle cuentas del querer de su hembra que se fue tras las gallardías de aquel mozuelo primerizo en amores.

Y al mediar la noche, la luna, mordida por la cumbre de la Najarra, asomó como teñida de sangre, intensamente roja, y al derramar su luz por los ventisqueros alumbraba la agonía del desventurado zagal que salpicó con su sangre la verde hierba de la majada. Tiem­po después, envuelto en el sudario del nevazo, le encontraron unos cabreros que apriscaban su piara en aquel hondón, que las gentes de la sierra nombraron en adelante como la Hoya de Pepe Hernando."